A pesar de su inmensa fortaleza, y su tremenda habilidad para disimular el dolor, había un rastro opaco en su mirada… Imposible no haberme dado cuenta de ello, su mirada siempre estuvo llena de luz hasta ahora.
Ahora, incluso sus palabras sonaban cansadas. Forzadas.
Y el reloj no jugaba a su favor, las horas pasaban arrastradas, muertas…
Sí, como lo sospeché: El amor de una mujer lo volvió mierda.
Yo no me atreví siquiera a preguntar, pero yo lo sabía. Y él lo sabía. Y ambos sabíamos que el otro sabía.
Pero ninguno quiso hablar al respecto. No había nada qué decir. Todo era una mierda.
Permanecíamos en silencio, cómodos con la cercanía muda del otro.
Alguien rompió el silencio: “El amor duele y es mal pagado. Es una mierda. Y puede que nadie llegue a ser ese “Amor Verdadero” de los cuentos de hadas”. Sentenció alguien ajeno a nuestro conocimiento, pero pareciese que nos hubiera hablado a nosotros.
Él, que había permanecido con la mirada baja hasta ahora, la levantó y con los ojos tristes clavados en mí, se limitó a decir:
“…Pues, puede ser que ella haya sido el mío, pero yo no fui el de ella”