Es un día soleado, pero no chocante. Llevo un vestido negro y zapatillas del mismo color.
Te veo desde lejos caminando de un lado a otro, sin mucha noción de dónde estás; Claro, no estás familiarizado con esta zona.
Me aproximo hacia donde estás y notas mi presencia, con un gesto de alivio.
Te saludo y te invito a pasar. Me sigues adentro sin quitarme los ojos de encima, mientras charlamos en una especie de saludo.
Nos sentamos en una mesa a la sombra de un Guayabo que nos brinda una agradable vista.
La mesera no tarda en llegar con las cartas del menú. Yo pido un café frío, sin molestarme en leer el resto; Frecuento el lugar, sé qué pedir según mi ánimo. Hoy se me antoja un café helado...
Miro tu incertidumbre frente al amplio abanico de mezclas de café. Río por lo bajo y te recomiendo pedir una 3 Cordilleras, una cerveza que, en lo personal, prefiero el sabor amaltado de la más fuerte, la Mulata.
“Me convenciste” me dices con una suave sonrisa y la mesera se retira.
Nos miramos por un largo minuto sin decir palabra. Emm, sí, algo incómodo, ¿no?
Bueno, esto es algo así como “There’s an elephant in the room” ambos sabemos que hay un asunto espinoso que debemos –No necesariamente queremos- hablar o aclarar.
¿Y bien…? Nada, el sol sigue igual, seguimos en las mismas posturas inmutables y expectantes y la mirada clavada en el otro.
Ambos sentimos la urgencia de soltar algo, lo que sea, cualquier banalidad.
Me preguntas cómo ha ido mi día hasta ahora. Te respondo que bien, todo en orden, y te devuelvo la pregunta. Y así comienza a fluir algo que pensábamos, moría estancado.
Pronto nos encontrábamos inmersos en una conversación que calmó la intriga de conocernos, sin tanto ruido exterior ni el limitante de un tiempo determinado. Pero el “elefante” seguía allí latente, esperando el menor descuido para imponerse y hacerse imposible de ignorar por más tiempo. Y así fue.