Cosas Que Deberían De Saberse

Hago Lo Que Hago Para Satisfacer Mis Necesidades Creativas
La Vida Es Una Bobada, ¿Y A Quién No Le Gustan Las Bobadas?

miércoles, 26 de septiembre de 2012

Mirada del Distraído



Es fácil, ya sea por el cansancio o el aburrimiento, caer en ese estado de aletargamiento que nos deja sin pensamiento alguno.  Es ese estado de ensimismamiento  que  nos lleva a desconectarnos totalmente del mundo exterior y en el que los que nos observan piensan que, de hacernos un encefalograma, éste saldría plano.  Aquel estado de abstracción llega solo, no avisa, se cuela entre la mente como un sueño que lentamente nos va adormeciendo hasta que finalmente soñamos con todo y con nada. Con los ojos abiertos mirando algo que en realidad no miramos ni notamos que existe. Es una mirada vacía y carente de emoción, donde no se mira nada y a la vez todo. Es una mirada, como el nombre lo dice, torpe. Carente de delicadeza al observar, prudencia al juzgar y detalle al contemplar. Es una mirada que en realidad no lo es: es como mirar por el visor  de una cámara y jamás registrar lo visto. No queda nada que recordar porque en realidad no se estaba observando nada.
Aquellos momentos son quizá “abusos de introspección”, momentos en los que no se piensa nada, se hace pensar que se piensa pero en realidad la mudez es producto del sopor y no del ahondamiento en ideas.  Es ahí, cuando se intenta abordar al sujeto adormecido, que se cae en cuenta que aquel momento reflexivo no era más que somnolencia.  Entonces todo cambia: aquella impresión de discreta inteligencia pasa a ser remplazada por la patente estupidez, que queda respaldada cuando el sujeto es acusado de no prestar atención. No tiene una excusa coherente y posiblemente no sabe en qué momento llegó a ese estado de aletargamiento tal que su conciencia se desvaneció por completo. Aquella mirada vívida y atenta, propia de los estados de conciencia pura y despierta, queda relegada a un espacio más bien utópico, ya que la mayoría del tiempo transcurrirá de ese modo banal e inconsciente. Y, obviamente, la vida pasará justo frente a sus ojos pero aquel que cayó o se dejó caer en aquella ensoñación, no podrá verla aunque tenga sus ojos abiertos, porque su mirada, aunque esté con los ojos abiertos, no ve nada.

Mirada del Enamorado



Es aquella que comparten quienes están enamorados, por redundante que parezca.  También puede tenerla quien no sea correspondido. Pueden ser varias miradas: tierna, pasional, emocionada, tranquila, complacida, asustada… Los mil y un matices del amor.  Se puede, incluso, amar sin ser amado, recibir esa mirada sin tenerla que dar de vuelta… pero también se puede compartir. Esa mirada esconde, cuando se comparte, la complicidad de  dos personas que pueden sentirse anónimas o creerse no observadas –tal vez no les importa siquiera si las observan o no- porque es una mirada con poca profundidad de campo. Una mirada que solo captura lo que quiere ver, a quien quiere ver, porque lo demás sobra. No importa quiénes observan, tampoco hay cabida para sentirse ridículo o fuera de lugar. El amor es así: vuelve estúpida a la gente. Pero a quien está enamorado eso no le importa  y nunca le ha de importar porque quien está enamorado experimenta una suerte de ensoñación, una sensación difícil de describir pero que básicamente pone todo en un segundo plano. Mientras sus ojos estén fijos en el otro, nada importa. Es la mirada del que está totalmente perdido y absorto en ese sueño idílico en el que solo existen dos. El resto sobra.
Se dice que los ojos son el espejo del alma, entonces son las almas las que se están mirando realmente. Entrelazándose a través de la mirada ellas se unen para formar uno solo. Se podría decir que dos cuerpos son mucho para dos almas que son una sola. Hay quienes se burlan de dos personas que se quedan absortas mirándose por horas porque “no hablan” pero ¿quién dice que no se están comunicando? Sin duda han compartido más que quienes hablan durante horas, pero ellos, los que callan y miran, no necesitan las palabras para comprenderse.
Ellos pueden compartir algo más íntimo, hacerse más cómplices de todo y de nada. Pueden reírse de lo mismo sin saberlo y mirarse para atraparse haciendo lo mismo que el otro: una sincronía involuntaria. Comparten una sonrisa pícara, sabiendo de qué se ríen sin siquiera comentarlo. Pueden decirle al otro cuan felices están sin articular palabra, y pueden simplemente callar y seguirse mirando, con una sonrisa espontánea e involuntaria. Y nada más importará.

Mirada del Mirón



Dicen desde la sicología que el anonimato proporciona ese velo de invisibilidad que todos deseamos para poder hacer lo que en público, con nombre propio no “podemos” o debemos, según los códigos sociales o morales, hacer.  Podemos mirar fijamente algo sin temor a ser tachados de acosadores o de causar incomodidad. Podemos centrar la mirada en algo o alguien sin que éste lo sepa. Miramos sin ser vistos y por eso, no tenemos reglas ni decoro alguno. Podemos observar detalladamente cualquier escena sin reparar en la morbosidad del caso, aquí somos un fantasma, un ojo que todo lo ve pero jamás es visto.
¿Por qué no inmiscuirnos en la vida de otro como meros espectadores? Ver qué hace, cómo lo hace, a quién le escribe, qué ve en aquella pantalla, para quién se viste, se arregla, por qué escogió sentarse ahí, de ese modo, con esos gestos, por qué ahí, a esa hora, con esa gente. Queremos ver, no preguntar. Preguntar implica entrometerse de manera deliberada y totalmente patente. Espiar no. ¿Por qué no mirar sus pies? Tal vez eso es aquello en lo que quiero centrar mi atención. Sus pies o sus zapatos. O su postura o lo que hay dentro de la lonchera. Quiero mirar pero no que ella se dé cuenta. No quiero dar explicaciones ni que me las pidan. Yo solo quiero mirar, mirar de lejos porque de cerca lo notaría. Notaría mi mirada sobre ella, sobre sus pies, sobre su ropa, sus zapatos, su lonchera. A los mirones nos gusta el anonimato, no ser descubiertos, espiar.
En realidad la gracia, el morbo está simplemente en ver sin ser visto,  así sea lo más trivial del mundo como sus zapatos o sus pies. Lo que le da el toque es esa cierta irreverencia, esa negligencia a hacer las cosas patentes, a quedar mejor en el anonimato y sin posibilidad de ser juzgados. Mejor sería que si me mirasen, lo hicieran también al escondido y sin darme cuenta.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Duele la luna


Es la segunda luna en la que te veo. 
Está apenas en cuarto creciente, pero duele en el alma como si estuviera llena.
Duele, duele porque te recuerdo entre sus lunares, entre las nubes que a ratos la ocultan, entre el resplandor que aclara la noche.
Te veo como el reflejo y su sombra a la vez.
Duele verla porque te veo indudablemente.
Duele no verla porque te extraño en la oscuridad de la noche.
Con ella o si ella, te extraño, pero al menos su resplandor me hace sentir menos sola, menos a la deriva. Menos cerca de morir

viernes, 4 de noviembre de 2011

Cuando el corazón pesa


Hacía cosa de dos meses más o menos que había abandonado mi lado sensible y, por ende, las letras con las que arrancaba la frustración y la tristeza.
Había dejado de exorcizar los muchos demonios que me consumen diariamente, para lentamente dejarme consumir.
Moría lentamente a cada rato, en cada instante que posponía mi curación. Sí, escribir me cura de la locura, la depresión, el mal de amores y la soledad misma de sentirse acorralado por tus miedos y tristezas.
La soledad se volvía tortura.
El corazón, pesado como una losa de hierro, me asfixiaba en las noches y me impedía el sueño.
Ahora, afronto todo lo que meses atrás rehuí.
Ahora, cada palabra fluye arrastrando todo a su paso.
El proceso ha comenzado… Y no pararé de escribir hasta que vuelva a adquirir el título de “persona mentalmente equilibrada”.