Era uno de esos días en que no se quiere salir de la cama, levantarse y enfrentar el mundo; no, era uno de esos días en los que la cabeza da mil vueltas en torno a un mismo tema, casi siempre espinoso, de esas cosas de las que no se quiere pensar siquiera. Y yo estaba en uno de esos días…
Me recosté en la cama, boca arriba y comencé a pensar en ese asunto de nuevo. Se me revolvió el estómago de inmediato. No era fácil ni agradable, pero no podía seguir posponiendo cada asunto que me incomodara, y relegarlo a un rincón de mi mente donde pocas veces hurgara, así fuera por mera aburrición.
Me levanté de la cama pesadamente y me dirigí a la cocina. Ya era pasado medio día y el sol se filtraba por los pequeños espacios entre las cortinas. Bueno, no tenía mucha hambre pero tenía que comer algo. Cogí un sobre de sopa instantánea y puse a hervir el agua.
La serví en un plato y comencé a jugar desanimada con la cuchara, sacando letras de pasta. Comenzaba a jugar a formar palabras con las letras que me salían en cada cucharada. Comiéndola lentamente y disfrutando el calor que ofrecía. Me reconfortaba. Luego llegó otra vez aquel asunto a mi mente y el hambre se esfumó de nuevo. Respiré profundo y tomé otra cucharada de sopa, me quedé mirando las letras y sonreí. Creí ver “respuestas” o algo así, digo, en realidad yo estaba viendo parte de lo que quería ver, y lo sabía. Pero no me importaba: La sopa me decía, en cierto modo, lo que yo quería oír o ver, más bien.
Tal vez sea algo inmaduro, y sí, tergiversar las cosas para terminar viendo lo que se quiere, así sea alejado de la realidad, pero nadie me estaba viendo, ni hacer eso automáticamente significaba que lo que yo pensara iba a resultar tal cual, pero jugar con las posibilidades es algo tentador y saludable, siempre y cuando se mantenga en su lugar: La ficción. Así que no, a pesar de todo, yo mantenía los pies bien puestos sobre la tierra y como no tenía nada mejor que hacer ese día, me di el gusto de quedarme un rato haciendo nada, o jugando con la sopa, más específicamente. Y, sinceramente, ese día lo último que quería oír era algo “sensato”.