Trataba de asimilar esas palabras tan ciertas como dolorosas que ahora se agolpaban en mi mente. Dolía. Dolía sobremanera saberlas tan ciertas… Tan ciertas y tan inmodificables.
Solo podía recostarme un rato y abrazar muy fuerte la almohada. Solo podía acurrucarme en mi cama en silencio y cerrar los ojos muy fuerte. Tal vez con la esperanza de huir de mis pensamientos… Pero no lo logré. Por el contrario, ahora retumbaban con mayor fuerza en mi cabeza. Y yo no podía hacer algo diferente a cerrar los ojos y reprimir un sollozo ahogado.
La tormenta se avecinaba. Luego de algunos meses de aletargamiento, el viento comenzaba a soplar diferente.
Apagué el televisor y el silencio inundó la habitación. Solo mi respiración llenaba el espacio. Pero la incomodidad seguía ahí conmigo. Y el dolor también.
Ahora los truenos se oían en la distancia y los relámpagos iluminaban el horizonte a lo lejos.
Comencé a sentir esos pequeños espasmos en el pecho, esos que anteceden la pérdida del control emocional. Y ahí venían. 3 meses de completo aletargamiento que ahora prometían arrasar con todo su paso. De cierto modo, siempre supe que pasaría. Solo esperaba alguna pequeña señal como el crujido del quiebre de un glaciar.
Tragué en seco y cerré los ojos muy fuerte.
Ahora el cielo comenzaba a tornarse grisáceo.
Ahora el cielo comenzaba a tornarse grisáceo.
Era la antesala a la feroz tormenta que ya comenzaba.
