Es aquella que comparten
quienes están enamorados, por redundante que parezca. También puede tenerla quien no sea
correspondido. Pueden ser varias miradas: tierna, pasional, emocionada,
tranquila, complacida, asustada… Los mil y un matices del amor. Se puede, incluso, amar sin ser amado, recibir
esa mirada sin tenerla que dar de vuelta… pero también se puede compartir. Esa
mirada esconde, cuando se comparte, la complicidad de dos personas que pueden sentirse anónimas o
creerse no observadas –tal vez no les importa siquiera si las observan o no-
porque es una mirada con poca profundidad de campo. Una mirada que solo captura
lo que quiere ver, a quien quiere ver, porque lo demás sobra. No importa
quiénes observan, tampoco hay cabida para sentirse ridículo o fuera de lugar.
El amor es así: vuelve estúpida a la gente. Pero a quien está enamorado eso no
le importa y nunca le ha de importar
porque quien está enamorado experimenta una suerte de ensoñación, una sensación
difícil de describir pero que básicamente pone todo en un segundo plano.
Mientras sus ojos estén fijos en el otro, nada importa. Es la mirada del que
está totalmente perdido y absorto en ese sueño idílico en el que solo existen
dos. El resto sobra.
Se dice que los ojos son el
espejo del alma, entonces son las almas las que se están mirando realmente.
Entrelazándose a través de la mirada ellas se unen para formar uno solo. Se
podría decir que dos cuerpos son mucho para dos almas que son una sola. Hay
quienes se burlan de dos personas que se quedan absortas mirándose por horas
porque “no hablan” pero ¿quién dice que no se están comunicando? Sin duda han
compartido más que quienes hablan durante horas, pero ellos, los que callan y
miran, no necesitan las palabras para comprenderse.
Ellos pueden compartir algo
más íntimo, hacerse más cómplices de todo y de nada. Pueden reírse de lo mismo
sin saberlo y mirarse para atraparse haciendo lo mismo que el otro: una
sincronía involuntaria. Comparten una sonrisa pícara, sabiendo de qué se ríen
sin siquiera comentarlo. Pueden decirle al otro cuan felices están sin
articular palabra, y pueden simplemente callar y seguirse mirando, con una
sonrisa espontánea e involuntaria. Y nada más importará.
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